Esta división tiene profundas raíces en la forma de conceptualizar la existencia humana desde la ciencia, la que a su vez se sostiene originariamente en la filosofía cartesiana que divide mente (res cogitans) y cuerpo (res extensa).
Lamentablemente esto ha traído un estancamiento en las posibilidades de desarrollo de esta área al impedir un diálogo necesario que reconozca ambos aspectos como parte de un mismo fenómeno.
Actualmente existen múltiples investigaciones que están intentando avanzar en esta dirección siendo el estudio de la depresión un área que nos muestra con claridad cómo el dolor emocional tiene un correlato directo con cambios corporales significativos.
Sin duda, alguna vez ha escuchado la expresión “tengo el corazón roto”, una afirmación no literal para comunicar un estado de dolor emocional intenso en base a un concepto corporal (rotura de hueso, ligamento o músculo-desgarro). Hoy en día sabemos según una importante cantidad de evidencia científica que la zona cerebral encargada de procesar el dolor físico y el dolor emocional es prácticamente la misma: El área dorsal de la corteza cingulada anterior. (Arciero, 2012)
Además la experiencia de dolor emocional (característico de la depresión), genera la liberación de un conjunto de sustancias bioquímicas que inducen cambios a nivel corporal. Esto debido a que es una emoción con valor de supervivencia, es decir adaptativo. De esta manera la emoción prepara al cuerpo para afrontar aquello que la gatilló. Esto se traduce en la liberación de catecolaminas (adrenalina y noradrenalina), la adenocorticotropa (ACTH), el cortisol, la hormona del crecimiento y la prolactina, capaces de inducir cambios cualitativos y cuantitativos en el sistema inmunológico, siendo el más importante, el incremento de la producción de citocinas (sustancia bioactiva pro-inflamatoria).
Comprendiendo la depresión como un estado prolongado de síntomas específicos, entre los que se encuentra el dolor emocional, la liberación de estas sustancias se vuelve una constante generando un impacto nocivo en la corporalidad. Uno de los más conocidos es el debilitamiento del sistema inmunitario y su efecto en la aparición o agravamiento de ciertas enfermedades y/o el nivel de recuperación que puede tener un paciente.
Sin embargo, en la actualidad diversos estudios nos indican que la presencia corporal desmesurada de sustancias bioactivas proinflamatorias, citocinas principalmente puede generar estados de inflamación crónica que pueden contribuir al desarrollo de enfermedades como el Alzheimer, el cáncer, la ateroesclerosis, y la diabetes, además de en aquellas donde los procesos inflamatorios son la misma base de la enfermedad como el Crohn o la artritis reumatoide. (Sánchez, et. al.)
De esta manera el puente teórico para relacionar depresión y cuerpo, está conformado por las citocinas y de manera más específica por las interleucinas especialmente las proinflamatorias. Las interleucinas proinflamatorias interactúan con los Sistemas Endocrino, Noradrenérgico, Serotoninérgico y Dopaminérgico. En los modelos bidireccionales más actuales se considera que tanto la depresión, como el dolor (físico o social) y la inflamación son capaces de activar y modificar el equilibrio de las citocinas y viceversa. (Sánchez, et. al.)
En conclusión podría decirse que fenómenos emocionales podrían encontrarse a la base de importantes enfermedades a las que la medicina tradicional todavía no encuentra un tratamiento efectivo.
Sánchez, P.,Sirera, R., Peiró, G.& Palmero, F. (s/f). Estrés, Depresión, Inflamación y Dolor. Extraído el 20 de abril del 2019 de: http://www.robertexto.com/archivo18/estres_depre.htm
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