Muchas veces a nivel cultural se ha puesto en contraposición una visión espiritual de la vida y una científica. Esto tiene sus raíces en los cimientos paradigmáticos de cada perspectiva que los vuelve irreconciliables, mientras el paradigma espiritual descansa sobre verdades improbables, el científico lo hace sobre leyes, proposiciones sustentadas de manera consistente por pruebas empíricas.
Esto de manera concomitante ha repercutido en la relación existente entre psicología y espiritualidad, ya que muchas veces se ven contrapuestas. Un ámbito importante en esta tensión lo constituye el sufrimiento humano, ya que ambas perspectivas intentan resignificarlo de una manera distinta.
Mientras la espiritualidad puede hacerlo desde la visión de una deidad que prueba la propia fe y el merecimiento del paraíso como es el caso del cristianismo, o quizás como una consecuencia de la propia ignorancia y oscuridad personal, en contraposición a la luminosidad en el budismo.
La psicología lo ve como una forma normal o anormal de relacionarnos con el mundo, los otros o nosotros mismos.
Estas dos posturas parecen distar bastante una de la otra, sin embargo la complejidad del objeto de estudio de la psicología, es decir la experiencia humana, ha generado que esta rama científica tenga una apertura más amplia a aspectos de la vida que sobrepasan las certezas de lo observable, medible y cuantificable.
Es por ello que muchas veces el campo de psicología ha convergido con el de la espiritualidad, tomando y desarrollando conceptos espirituales como es el caso de la psicología transpersonal, cuyo fundador Carl Jung acogió elementos de la alquimia, el Tao y el budismo en sus teorizaciones psicológicas sobre la persona. También lo hicieron otros importantes psicólogos de la línea humanista y existencial.
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Sin embargo los enfoques psicológicos más ajustados al paradigma científico resistieron esta relación, por lo menos hasta hace pocas décadas, ya que la espiritualidad ha cobrado un renovado valor para entender nuestro bienestar personal.
Actualmente sabemos que las personas espirituales son más felices, tienen mejor salud, manejan mejor el estrés, tienen mejores matrimonios y son más longevas.
Esto debido a que la espiritualidad nos inclina a comportarnos de una manera que, según la ciencia, incrementa nuestro bienestar. Nos incentiva a perdonar, a ser agradecidos por lo que tenemos, nos alienta a ayudar y prestar servicio a los demás.
Esto genera emociones positivas cuyos efectos fisiológicos suelen ser muy beneficiosos en general. La liberación de endorfinas, serotonina, dopamina y aumentos en la Inmunoglobulina A, fortalecen el sistema inmunológico reforzando la defensa contra enfermedades.
Por otra parte el Doctor Herbert Benson de la Universidad de Harvard en su libro Timeless Healing refiere que las prácticas meditativas también pueden aportar considerablemente al bienestar de las personas.
En el menciona que el hipotálamo es la glándula que, ante un estímulo amenazante, nos genera el efecto de pelea-fuga. En este efecto, la glándula produce hormonas que nos estresan como el cortisol y la adrenalina, sin embargo también descubrió que la misma glándula puede generar el efecto opuesto, creando hormonas que nos relajan, lo que llamo el efecto relajamiento.
Ese efecto se logra cuando meditamos, es decir, cuando dejamos de pensar. Todos tenemos la capacidad natural para eliminar el estrés, pero son pocos los que la usan.
La meditación es parte de muchas líneas espirituales, generalmente asociadas a oriente, sin embargo también existen practicas meditativas de carácter occidental como rezar el rosario, aunque para meditar no importa la religión a la que se pertenece, ya que toda práctica espiritual va más allá de una religión.
En ese sentido no hay que confundir lo religioso con lo espiritual, ya que lo espiritual es mucho más amplio y tiene que ver con sentir una conexión con lo divino. Es la sensación de que todo lo que existe en la vida está interrelacionado y que somos, en realidad, una gran fuente de energía divina.
Ps. Alma Bascuñan S.
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