Tiempo atrás cuando realizaba mi formación de pregrado en el último año de carrera, un recordado profesor de psiquiatría infanto-juvenil nos daba una sugerencia poco convencional para realizar nuestro trabajo como psicólogos clínicos: Lean literatura.
Años después continuando con mi formación de psicólogo clínico a varias millas de distancia en el espacio y tiempo otro profesor me decía lo mismo: Lea literatura.
¿Qué tiene la literatura que puede ayudarnos en nuestra labor?
La literatura tiene esa capacidad de envolvernos en la historia de otra persona, en su experiencia particular de cara a determinadas situaciones que van conformando la trama. Ese ejercicio, aparte de entretenernos, puede generar un importante efecto sobre nosotros en términos de ampliar nuestra comprensión del otro(a), ya que inevitablemente no podemos acceder a su experiencia, y muchas veces, tampoco tenemos una familiaridad con situaciones similares. Salvando la premisa de la particularidad de cada quien, la costumbre de leer literatura enriquece nuestra praxis interpretativa y consecuentemente las posibilidades de nuestra labor, ya que explicar más nos permite comprender mejor.
Sin embargo este importante regalo apunta a algo mucho más amplio que la labor psicológica, apunta a la comprensión de los demás, del mundo y de nosotros mismos.
Recuerdo que en mi época de estudiante de psicología no estaba del todo convencido del valor asignado al terapeuta en la psicoterapia, me cuestionaba si realmente tenía una repercusión positiva en el estado afectivo del paciente, y fue precisamente un pequeño cuento el que me llevo a salir de esa duda, en ese momento existencial, y no las innumerables pilas de evidencia científica que daban soporte a la importancia de nuestra labor. Ese cuento se llamaba Tristeza, del célebre literato ruso Antón Chéjov (léanlo si pueden). Parece ser que en ese momento, aquella historia remeció mi mundo emocional, no tocó primeramente mis razonamientos sino mi emociones y quizás esa es una de las claves de cómo la literatura y todas las formas de arte impactan nuestra visión de las cosas, al ser el ser humano esencialmente emocional.
Parece ser que esta noción sobre la relación entre la literatura y las emociones bien la ha percibido una emprendedora del viejo continente llamada Elena Molini que han iniciado una librería temática que cura con literatura, la denominada Farmacia Literaria en Italia. En este espacio, los libros van acompañados por etiquetas de colores que permiten identificar con que emociones se asocia de manera general el libro, así como también algunas recomendaciones al estilo farmacéutico en relación a posología y efectos secundarios. Así, junto a la ayuda de su hermana y amiga (ambas psicólogas) dividió el amplio espectro de libros en cincuenta etiquetas correspondientes con cincuenta emociones diferentes para poder orientar a sus clientes.
¿Y por qué libros consulta más la gente?
Con mucha convicción según BBC News (2019) Elena responde que por amor, autoestima y cambios vitales. Para el amor, esta joven emprendedora de 36 años recomienda los siguientes: «El primero es ‘Alta fidelidad’, de Nick Hornby. Si no, ‘Travesuras de la niña mala’, del escritor peruano Mario Vargas Llosa. Y, por supuesto, ‘El amor en los tiempos del cólera’, de Gabriel García Márquez, que aconseja tanto para el mal de amores como para la soledad».
Una de las razones que refiere para explicar el efecto transformador de la literatura es la posibilidad que nos brinda de experimentar a través de un otro ficticio, situaciones similares a las nuestras, lo que implica una conexión emocional con el personaje pero también la posibilidad de tener una interpretación y actuar diferentes, lo que a su vez permite una ampliación de la perspectiva o una forma renovada de vernos a nosotros y los demás de manera más abstracta, generativa y flexible. Sin lugar a dudas, una interesante propuesta.
Ps. Alma Bascuñan S.
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